José Unda, el pintor quiteño quiso ser científico y músico
El olor
a pintura es aún fresco en la casa del pintor José Unda, en La Comuna Central
en Tumbaco. En una de las paredes blancas del salón está uno de sus últimos
cuadros, sin terminar.
Es la continuación de la serie El Laberinto del Tao, que
tenía previsto exponerse desde ayer en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, a las
19:00. 60 obras hechas desde el 2006 llenan tres salas del espacio cultural
ubicado frente al parque El Ejido. Sector en donde precisamente Unda vivió
desde 1995. Antes lo hizo en Toronto, Canadá. 10 minutos separan al pintor de
Tumbaco.
Tierra y piedras señalan el camino a su nueva casa en un campo en donde
solo se puede escuchar el sonido de los pájaros. Allí, el artista se inspira.
Por dos grandes ventanales entra la luz de la mañana con la que inicia su
jornada. No tiene sala; en su lugar hay una mesa cuadrada cubierta de vinil
celeste. Sobre esta coloca los papeles y también los lienzos. Para él, las
imágenes de sus pinturas reflejan la búsqueda de sí mismo. En ellas se proyecta
y representa sus ideas e investigaciones. Algún día pensó en ser científico y
aunque la pintura es su pasión, no deja de leer libros de científicos
reconocidos. Los almacena en una estantería que es parte fundamental de su
taller. La música del compositor Heitor Villa-Lobos suena en un Tape Deck 260.
Unda confiesa que de niño quiso también ser músico pero no tuvo los medios para
alcanzar su sueño. No le molesta, pues por medio de sus cuadros dice sentir
cómo sus ideas fluyen. “Los artistas somos un poco locos y plasmamos nuestros
locos pensamientos a los que les añadimos lucidez”, dice entre risas. No pinta
con pinceles. Un caballete casi nuevo está en medio del taller. Tampoco lo
utiliza. Prefiere crear en su mesa, regando los colores sobre el papel y el
lienzo. Les da forma en armonía con la gravedad. “Me gusta el arte fluido,
dinámico. No quiero algo rígido, más bien lo abstracto, lo oriental”. Los
estudios sobre el Tao, la biología, la ciencia y la ecología direccionan su
arte y proponen el nombre de las Series. Cinco de ellas serán expuestos en la
propuesta que estará abierta al público hasta el 31 de julio. Para ellas utilizó
técnica mixta y jugó también con texturas hechas con utensilios creados por él.
Las espátulas y sus herramientas cuelgan de unas barandas de madera. “No
siempre están así de ordenadas”, cuenta frunciendo el ceño que acentúa los
años. Junto a ellas están sus otros materiales, acrílicos, óleos, arena, polvo
de piedra, gelatina, pegamento... Aprendió a utilizarlos en el 63, cuando
estudió Bellas Artes en Quito. Recuerda con cariño a sus maestros, José
Guerrero, Oswaldo Viteri, Guillermo Muriel. Ellos le enseñaron parte de lo que
sabe, pero Unda cree que un verdadero artista se hace con el tiempo.
Crear una
serie -explica- es como enrolar la punta de un ovillo. “La primera obra es la
más difícil de hacer, hay que identificar y sobre todo perseverar”. No le importa
estar solo por el momento.
Su compañía es el paisaje que mira a través de la
ventana, los amaneceres y atardeceres. Dice no ser de muchos amigos y aunque se
considera citadino vive “recluido como una hermita”. En esta ocasión, las salas
Miguel de Santiago, Eduardo Kingman y Oswaldo Guayasamín se llenaron con sus
pinturas. A lo largo de su carrera ha realizado 35 exposiciones en Ecuador,
Colombia, Perú, Venezuela, Chile, EE.UU., Canadá, España y Alemania. Todavía
quedan muchas pinturas en su casa, arrumadas en la esquina de un altillo dentro
del salón. Algunas serán expuestas más adelante, en futuros proyectos. Otras
recibirán retoques. Eso solo si aún siente una conexión.
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